Agustín de Foxá: Cuando la crítica sabe a yema ...
Actualizado: 23 ene 2022

¿Qué tememos tú y yo cuando nuestra obra se enfrenta al público?
—¡Vaya pregunta!—me dirás.— Pues que no guste, que nos critiquen, que nos machaquen, que…
¡Vale, vale! Yo imagino eso y más. A saber qué cara de póker pondrá la presunta audiencia cuando lea lo que empieza estos días a brotar de mi ordenador.
Y además ¿qué hablarán nuestras redes sociales? ¿Nos pondrán a caldo? Porque si hay que escoger entre la invisibilidad o la crítica, el dilema puede ser importante.
Déjame, no obstante, que te cuente una anécdota simpática que leí en un libro de Juan Antonio Vallejo-Nágera sobre el arte de hablar en público. La oratoria no es un tema que yo practique demasiado, ya que soy más de escribir que de hablar. Pero como voy recogiendo todos esos libros que la familia ya no quiere, adopté este manual que desde luego, da muy buenos consejos.

El autor nos habla de Agustín de Foxá, a quien yo no conocía de nada pero que al parecer gozaba de fama en su época, como autor literario; a través del Instituto de Cultura Iberoamericana, participaba con sus poemas en giras por toda Hispanoamérica.
Por lo visto, la ideología de Foxá no casaba con la de su público y por dondequiera que actuaba recibía elogios pero también solemnes abucheos y objetos variopintos que se estrellaban contra su atril.
Foxá era resistente: se motivaba con tales desprecios y en sus propias palabras se sentía “como marinero en barco de vela luchando contra el viento”. Ni un pateo, ni un silbido podía acallar el ímpetu de sus recitados.
Pero en Bogotá la cosa fue a más y el rapsoda recibió un impacto en plena chaqueta: un certero y chorreante huevo.
Me da que en su caso me hubiera echado a llorar y me habría largado para no volver, no sin antes condenarles, entre bambalinas, a una flamante maldición gitana.
Pero ¿qué piensas que hizo Foxá?
Se llevó el dedo a la solapa, olfateó de manera exagerada la reluciente yema amarilla, y exclamó con alegría:
—¡Los de Caracas estaban más frescos!
Y esa tarde, Foxá se ganó la ovación más grande de toda la gira.
Ya me gustaría tener, no ya el ingenio sino más bien el talante de este hombre, a pesar de que aún no me han tirado ningún huevo.
Tampoco, en honor a la verdad, creo que me vea nunca en una situación parecida pero ¿tendrán razón quienes dicen que más vale no tomarse a sí mismo en serio? Y sobre todo, ¿habrá que usar más ese gran casco que es el sentido del humor?

P.D. El libro al que me refiero es “Aprender a hablar en público hoy”, editado hace ya muchos años, por Planeta.